Durante la infancia, muchas personas experimentan eventos extraños que los adultos suelen descartar. Esta es la historia de Tobías, un hombre de 36 años que asegura que su experiencia es real, una memoria que lo emociona hasta las lágrimas cada vez que la relata.
Cuando tenía 5 años, Tobías estaba de vacaciones con su familia en la Patagonia. Un día, empezó a deambular solo por la campiña y se topó con un pozo muy antiguo, sellado con una rejilla oxidada. La curiosidad infantil lo llevó a acercarse y rodear el pozo. Justo cuando estaba a punto de seguir su camino, escuchó una voz que parecía provenir del interior del pozo.
—Hola.
La voz era la de un anciano y resonaba desde las profundidades del pozo. El pequeño Tobías, abrumado por la sorpresa, se acercó más. Con miedo a que alguien estuviera atrapado, levantó la rejilla.
—Hola —respondió Tobías—. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Tobías.
—Encantado de conocerte, Tobías. Qué lindo es verte. La verdad es que ya casi nunca hablo con nadie —dijo la voz del anciano—. Bueno, es que estoy atorado aquí.
Tobías, sintiendo pena, preguntó:
—¿Y por qué?
La voz se demoró unos segundos antes de responder.
—Me caí aquí hace mucho... me parece que me empujó un niño malo.
Tobías escuchó unos chapoteos que le pusieron los pelos de punta. Se acercó más al pozo, mirando hacia las profundidades oscuras.
—Voy a buscar a mi mamá para que te ayude —dijo Tobías.
La voz, ahora agitada, lo interrumpió.
—¡No!... No vayas con ella.
Eso fue suficiente para que Tobías sintiera que algo estaba muy mal. Nadie tiene derecho a decirle a un niño que no puede ir con su madre. La voz trató de calmarlo.
—Tobías, tú me agradas, yo te agrado a ti.
—Sí —respondió Tobías, confuso y temeroso.
—¿Tobías, te gustaría verme?
El niño quedó en silencio, sintiendo una creciente inquietud.
—Tobías, ¿no me quieres ver?
Hoy, ya adulto, Tobías no comprende por qué obedeció. Dio un paso al frente e intentó asomar su cabeza por el borde del pozo. En ese momento, vio cómo la tapa o rejilla comenzaba a levantarse lentamente. El pánico lo invadió y gritó con todas sus fuerzas, retrocediendo rápidamente. Mientras corría, sintió que algo invisible lo agarraba del brazo. Mojó sus pantalones de miedo y corrió hasta donde estaba su madre.
Le contó lo sucedido, pero su madre no le creyó. Se burló de él y lo llevó a un psicólogo, pensando que había perdido la cordura.
Desde ese día, Tobías vive con la sensación de ser perseguido por algo inexplicable. La experiencia lo marcó profundamente, y aunque los años han pasado, el miedo y la incertidumbre nunca lo han abandonado.
Comentarios
Publicar un comentario