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La vieja de los gatos:

Racedo es una extensa arteria en la “Ciudad Paisaje”, uno de los boulevares que marca lo que antiguamente fue el limite de la ciudad. Esta calle de anchas veredas ostenta en un tramo un paseo con pergolas llenas de flores y en otra parte, el adoquinado le da un toque antiguo y exclusivo, embellecido por el edificio de la estación del ferrocarril General Urquiza, la que ha vuelto a cumplir sus funciones de terminal que había perdido en la década del ’90, aunque ha cedido parte de su amplitud a una escuela, un Cuerpo de Bomberos y un centro cultural, entre otras cosas.
En un punto de esta especial calle Racedo aún se encuentra una casa antigua, con puerta doble de madera y grandes ventanas con balcones, colocadas simétricamente. Esa casa donde en algunos lugares la falta de revoque deja ver los antiguos ladrillos, fue la vivienda de una anciana a quien nunca se le conoció más familia que una gran cantidad de gatos que allí se encontraban y como tampoco se conocía su nombre era para todos “la vieja de los gatos”.
            

Se dice que era maestra jubilada y que había dedicado su vida a los chicos en una escuela rural; comprando esa vieja casa con sus ahorros y una herencia familiar, viviendo sus últimos días con su magra jubilación. Tal vez por eso se la veía frecuentemente juntando frutas y verduras que los comerciantes ya no podían vender o pidiendo restos de carne en la carnicería o algo de pescado en los distintos puestos del Mercado Sur (en calle Villaguay y Francisco Soler -hoy Presidente Perón-), cuando promediaba la década del ’50. y antes de que éste tradicional lugar de compras fuera convertido en una dependencia administrativa municipal.
Cuando los vecinos llamaron a la policía ante el olor insoportable que emanaba de la casa, la “vieja de los gatos” llevaba ya cinco días muerta (de acuerdo a la apreciación forense) y el espectáculo que encontraron los uniformados era realmente dantesco: Diseminado por toda la casa el excremento de los felinos y el olor penetrante de los animales denotaba un antiguo abandono. La anciana yacía muerta a los pies de su cama, rodeada por sus gatos (llegaron a contar veintisiete felinos) que no permitían acercarse al cuerpo, por lo que se pidió apoyo veterinario para poder dominarlos y retirarlos.
Cuando por fin pudieron llegar al cuerpo comprobaron que estaba mutilado, mordido, arañado e incluso faltaban partes de carne, producto seguramente de la falta de alimentos en que se encontraban los animales.
No pasó mucho tiempo para que aparecieran dos sobrinos de la mujer (que según los vecinos nunca se habían acercado en vida de la infortunada) que rápidamente pusieron en venta la propiedad.
            
Y aquí comienza la historia que llega a mí gracias al Sr. Alberto, quien compra la casa en 1966 y la arregla un poco con la idea de hacer un pequeño inquilinato, ofreciendo habitaciones con baño y cocina compartida especial para estudiantes, obreros y gente que circunstancialmente se movía en la zona de la estación del ferrocarril.
Pero los inquilinos no duraban. Algunos contaban que escuchaban maullidos, otros dicen haber sido arañados por seres invisibles pero que les dejaban las huellas de las uñas en el cuerpo y también era insoportable el olor emanado de los gatos, a pesar de que no había animales en la casa. Pero tal vez lo más escalofriante sean los gritos y ruidos que se escuchaban en la habitación en la cual se encontró el cuerpo de “la vieja de los gatos” (escuchado incluso por el propietario), además de la experiencia de habitantes de la casa que en distintas noches se encontraron “cara a cara” con una anciana desconocida que gesticulaba sin emitir ningún sonido.
Estos hechos que se hicieron conocidos, sumados a la decadencia del servicio ferroviario, llevaron a que la pensión de don Alberto no fuera ya sino el refugio de pobres que sin posibilidades de viviendas dignas soportaran la difícil situación de convivir con seres incorpóreos en una casa maldita.
La propiedad se fue deteriorando rápidamente por lo que el señor Alberto logró venderla recién en 1992 a un precio irrisorio. Hoy no se conoce quien es el dueño, tampoco está habitada; solamente algún linyera pernocta allí, pero no por mucho tiempo, seguramente los felinos fantasmas y “la vieja de los gatos” no permiten que nadie usurpe su propiedad.- 

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