La infancia está plagada de recuerdos misteriosos que desafían toda lógica y explicación. Uno de los míos es cuando, siendo muy pequeña, a menudo percibía la presencia de personas observándome de reojo mientras caminaba. En más de una ocasión, al intentar señalar a mi madre la presencia de estos espectros, estos desaparecían en un instante, sumergiéndome en un misterio inexplicable.
Otro recuerdo que se grabó en mi mente ocurrió cuando tenía unos 4 años y había sido desagradable con mi abuela. Por alguna razón, me encontraba sola en casa cuando las luces comenzaron a titilar y la televisión se encendía y apagaba intermitentemente. Fue entonces cuando, al mirar hacia las escaleras, vislumbré la silueta de un hombre alto y delgado. Sin embargo, en lugar de gritar o entrar en pánico, mi instinto fue moverme con cautela hacia las llaves, deslizándome con sigilo para agarrarlas y dirigirme a la puerta. Mientras las luces se apagaban, tomé las llaves y corrí hacia la puerta principal, dejándola abierta, y escapé de mi casa a toda velocidad.
Mi primer impulso fue correr hacia donde estaba mi abuela, para buscar consuelo y pedirle perdón por mi comportamiento anterior. A pesar de compartir mi experiencia con ella, nadie me creyó. Sin embargo, su perdón me alivió y me dio consuelo en medio del misterio que rodeaba aquel evento inexplicable.
— Chilinorta 666
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