Recuerdo nítidamente un incidente que ocurrió cuando tenía apenas 7 años. Me encontraba sentada en la ventana de mi casa, que estaba protegida por unas robustas rejas. Dada mi corta estatura, necesitaba utilizar un banco para alcanzar la ventana y sentarme en ella. Una vez allí, me agarraba de las rejas, cerraba las puertas de vidrio y me dejaba caer para quedar sentada cómodamente dentro de la ventana.
Aquella noche, algo inesperado sucedió. La ventana no se cerró correctamente, y cuando me solté de las rejas y me apoyé en las puertas de vidrio, estas se abrieron de golpe y me vi cayendo hacia atrás, sin poder aferrarme a las rejas a tiempo para evitar la caída. En ese preciso instante, sentí una fuerza invisible que me empujaba hacia arriba desde el aire, como si unas manos invisibles me sujetaran y me impidieran impactar contra el suelo.
El miedo se apoderó de mí al no comprender qué estaba sucediendo. ¿Qué era esa fuerza que me había salvado de una caída potencialmente catastrófica? Hasta el día de hoy, sigo sin tener una respuesta clara. Pero estoy agradecida por aquel misterioso suceso, ya que gracias a él, evité sufrir graves lesiones o incluso algo peor. Sé ahora, con certeza, que de no haber sido por esa intervención inexplicable, mi destino habría sido muy diferente.
—Lizzy Spinetta
Durante la infancia, muchas personas experimentan eventos extraños que los adultos suelen descartar. Esta es la historia de Tobías, un hombre de 36 años que asegura que su experiencia es real, una memoria que lo emociona hasta las lágrimas cada vez que la relata. Cuando tenía 5 años, Tobías estaba de vacaciones con su familia en la Patagonia. Un día, empezó a deambular solo por la campiña y se topó con un pozo muy antiguo, sellado con una rejilla oxidada. La curiosidad infantil lo llevó a acercarse y rodear el pozo. Justo cuando estaba a punto de seguir su camino, escuchó una voz que parecía provenir del interior del pozo. —Hola. La voz era la de un anciano y resonaba desde las profundidades del pozo. El pequeño Tobías, abrumado por la sorpresa, se acercó más. Con miedo a que alguien estuviera atrapado, levantó la rejilla. —Hola —respondió Tobías—. ¿Cómo te llamas? —Me llamo Tobías. —Encantado de conocerte, Tobías. Qué lindo es verte. La verdad es que ya casi nunca hablo con nadie —dij...
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