Recuerdo vívidamente una experiencia que viví a los 10 años durante un paseo familiar a un pintoresco pueblo. Las noches allí eran mágicas; el cielo se desplegaba ante nosotros, una maravilla estrellada apenas perturbada por la escasa luz artificial. La luna, radiante, amplificaba la belleza celestial.
Esa noche, nos encontrábamos en el campo de fútbol del pueblo, donde mis amigos y yo jugábamos animadamente. Después de un rato, decidí descansar un momento y me recosté en el suave césped, contemplando el vasto firmamento. De repente, algo inusual captó mi atención: una pequeña luz, apenas perceptible al principio, se desplazaba entre las estrellas, moviéndose de un lado a otro con una cadencia hipnótica.
El miedo se apoderó de mí y me levanté de un salto, alarmado por la presencia de aquella misteriosa luz. Grité a mis amigos, instándolos a mirar lo que estaba presenciando. Pero justo en el instante en que mencioné la extraña aparición, la luz desapareció sin dejar rastro alguno.
Desde entonces, he intentado contarles a los demás sobre lo que vi aquella noche, pero nadie me cree. Incluso ahora, años después, sigo siendo el único testigo de aquel inexplicable evento celestial.
—Fanny Cabrera
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