El recuerdo que atesoro desde mi niñez me sigue desconcertando hasta el día de hoy. Tenía alrededor de 9 o 10 años, y estaba con mi tía en el callejón junto a la casa de mi abuela, ayudándola con algo, cuando de repente, alrededor de las 8 de la noche, noté algo extraordinario en el cielo nocturno.
El cielo estaba oscuro y despejado, con solo unas pocas estrellas dispersas. Sin embargo, de la nada, surgió una franja azul luminosa que se trazaba en el cielo, gruesa y brillante, como si alguien la hubiera pintado con un pincel cósmico. Esta misteriosa línea se extendía de un extremo del firmamento al otro, cautivando mi atención mientras persistía en el horizonte.
Lo que más me desconcertó no fue solo la aparición de esta franja en el cielo, sino también la manera en que desapareció. Como si fuera borrada por una mano invisible, la línea comenzó a desvanecerse desde el punto en que había aparecido, como cuando borras una línea en una pizarra con un borrador, pero de una manera mucho más rápida y misteriosa.
Inmediatamente le pregunté a mi tía sobre lo que había presenciado en el cielo, pero ella afirmó no haber visto nada de lo que yo describía. Ninguno de los presentes parecía haber notado esta extraordinaria manifestación celestial. Mi tía intentó ofrecer una explicación racional, sugiriendo que podría haber sido un avión dejando una estela de humo, pero la luminosidad y el color azul intenso de la línea descartaban esa posibilidad.
Hasta el día de hoy, sigo perplejo ante lo que vi en aquella noche. La inexplicable aparición y desaparición de esa franja azul en el cielo sigue siendo un enigma para mí, y me deja con la sensación de que tal vez, en aquel momento, fui testigo de algo más allá de nuestra comprensión terrenal.
— Jordániel Vásquez
Durante la infancia, muchas personas experimentan eventos extraños que los adultos suelen descartar. Esta es la historia de Tobías, un hombre de 36 años que asegura que su experiencia es real, una memoria que lo emociona hasta las lágrimas cada vez que la relata. Cuando tenía 5 años, Tobías estaba de vacaciones con su familia en la Patagonia. Un día, empezó a deambular solo por la campiña y se topó con un pozo muy antiguo, sellado con una rejilla oxidada. La curiosidad infantil lo llevó a acercarse y rodear el pozo. Justo cuando estaba a punto de seguir su camino, escuchó una voz que parecía provenir del interior del pozo. —Hola. La voz era la de un anciano y resonaba desde las profundidades del pozo. El pequeño Tobías, abrumado por la sorpresa, se acercó más. Con miedo a que alguien estuviera atrapado, levantó la rejilla. —Hola —respondió Tobías—. ¿Cómo te llamas? —Me llamo Tobías. —Encantado de conocerte, Tobías. Qué lindo es verte. La verdad es que ya casi nunca hablo con nadie —dij...
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